Mitología de Origen
Al principio de los tiempos solo existía el hombre, el hombre humano. Un hombre bueno y honrado pero si ningún quehacer. Vagaba a través de la inmensidad de la nada sin ninguna finalidad. Este hombre escuchó una voz y esa voz le otorgó un nombre. Estás fueron sus palabras:
"Hijo. Desde ahora responderás ante ese nombre. Recuérdalo y repítelo conmigo: Hijo mío. Acudirás cuando pronuncie tu nombre y con el mismo nombre bautizarás a tu prole, quienes serán hijos tuyos y míos, al mismo tiempo. Harás el bien en la tierra, cuidarás de la naturaleza y serás por siempre amado".
El hijo no entendió las palabras del padre porque jamás había escuchado a alguien hablar. Cerró los ojos y cuando los volvió a abrir se encontraba acostado sobre un manto de hierba. El azul del cielo fue el primer color que vio. El verde pasto y las flores amarillas. Un conejo gris con manchas blancas fue a su encuentro, con vacilación, pues el animal jamás había visto un hombre y el hombre, más temeroso aun, tampoco había visto al animal.
El primer día finalizó dando lugar a la noche y, con ella, nuevas experiencias que el hijo jamás había visto. Nuevas criaturas, aromas y colores. Murciélagos, búhos, lobos.... Había algunas flores que encogía sus pétalos resguardándose del frío y, otras, desarrollaban sus hojas para recoger una mayor cantidad de agua. La vida que seguía a la vida. Unos descansan para que otros puedan despertar.
La mujer despertó antes que el hombre, al mismo tiempo que los animales. Lo esperaba en una acogedora caverna, a la lumbre del fuego. El Blanco le había avisado de su llegada. Lo guía hasta el interior de su hogar y le señaló los dibujos de la pared, sus propios descubrimientos recogidos en un diario de roca. El hijo dotado de inteligencia abrió la boca para hablar. La hija escuchó las primeras palabras de Azäir, las cuales eran réplica de la misión que El Blanco había otorgado al hombre.
El hijo cogió de la mano de la mujer y la llevó al exterior de la caverna. Con la otra mano señaló hacia arriba, hacia la primera cosa que vio.
"El cielo".
Las nubes. Los árboles. La montaña. El agua. El hijo puso nombre a las cosas que la vio. La hija se dedicó a describirlas. El cielo azul. Los árboles verdes. Las montañas grises. Compartieron los descubrimientos que hicieron y se amaron como El Blanco les ordenó que hicieran.
Tuvieron cuatro descendientes: dos hijos y dos hijas. To, Co, Ma y Ra. Los hijos de los hijos encontraron a sus parejas dormidas sobre una manto de césped. Ta, Ca, Mo y Ro. El primer hijo y la primera hija de El Blanco se vieron obligados a inventar un nuevos nombres: nietos, familia, comunidad.... Pronto tuvieron que ayudarse con los dedos de los pies para seguir contando y, antes que se dieran cuentan, estaban agarrando la mano de la persona (amado por ellos y por El Blanco) que tuvieran al lado para seguir la cuenta. Veinte, Veintiuno y veintidós. Ahora somos más. Más, otra palabra nueva. Somos muchos.
Trenco, quien fuera nieto de To y Ta, bisnieto de los primeros hijos de El Blanco e hijo de El Blanco, abandonó la caverna con su esposa Caram, de la línea de Co y Ca. La decisión no la tomó él, sino El Blanco. Todas las decisiones son tomadas por Él, incluso las dolorosas. Trenco asesinó al hijo. Fue un acto de misericordia. Se habían quedado sin dedos para contar los años que tenía el primer hombre. Su aspecto era el de un cadáver demacrado a quien se le había prohibido descansar. Había dejado de hablar. Apenas era capaz de mover los dedos de la mano para señalar a una dirección que era, cuanto menos, indeterminada. Trenco recordó las enseñanzas del primer hijo. La vida que seguía a la vida. Unos descansan para que otros puedan despertar. Cogió una enorme roca y realizó el primer acto de misericordia de Azäir aplastando la cabeza del primer hijo. La palabra que se le dio fue la de asesinato. Trenco corrigió a sus hermanos antes de abandonar la caverna.
Sacrificio.
A medida que la familia central fue aumentando de número, más líneas sucesorias decidieron abandonar la cueva. Los recursos eran insuficientes y las bocas a las que había que alimentar se convirtieron en demasiadas. Muchas. ¡Qué buena palabra!
Muchas eran las personas que decían escuchar la voz de El Blanco, la misma voz que llevó al hijo a Azäir y a la hija a encontrarse con el hijo. La voz que escuchó Trenco antes de practicar el primer acto de misericordia. La voz de las buenas acciones. Una mano blanca llena de amor guiaba a las buenas personas sin que estas fueran del todo conscientes. Les dirigía hacia el camino correcta, por incierto este fuera. Una voz, ellos solo escucharían una voz. Las decisiones las toma El Blanco y los nombres de las cosas los dan los hombres.
General
La creencia en El Blanco es la más extendida por toda Azäir, no solo por humanos, también por medianos, semielfos y enanos que han crecido en reinos humanos. El Blanco representa la bondad suprema. Según esta creencia todos los actos y decisiones de los hombres son conducidos por El Blanco, incluso los más crueles. Los asesinatos, las guerras y las hambrunas tienen un porqué, una razón por la cual existen. La vida que sigue a la vida. Los creyentes de El Blanco repiten el dogma como muestra de su fe ciega hacia la existencia del dios.
Todos los reinos humanos de Azäir cuentan con templos construidos para servir a El Blanco. En ellos se realizan los rituales y sacrificios. Los sacerdotes que dirigen estos templos reciben el nombre de Orapaz.
Un orapaz está obligado a cumplir tres votos: castidad, estudio y obediencia.
No se les permite casarse pues su amor va dirigido a todos los seres vivos, no a una única persona. Queda mucho por descubrir y es deber de los sacerdotes continuar con la labor de investigación de los primeros hijos. Y obediencia ciega a El Blanco y nadie más que él. Las tres trenzas con las que recogen sus largos cabellos representan estos tres votos.
Los reyes y la alta nobleza de Azäir suele acudir a los templos de El Blanco buscando ese consejo y protección, esa voz que les llevará por el camino de los justos. Pues ellos, desde su perspectiva, son los buenos y El Blanco cuida de sus buenos hijos. Demuestran su bondad con grandes donativos a las iglesias y ofreciendo puestos de mando a los sacerdotes. En una guerra, el que más done será el día y el más pobre, la noche que al morir dará paso a un nuevo día.
La muerte que sigue a la vida. Es el nuevo dogma de fe, una variación del aprendizaje del primer hijo. Unos mueren para que otros tengan que vivir. El descanso quedó atrás, en los tiempos de Trenco, todavía no existía un nombre para la palabra sacrificio y el número de habitantes era el correcto. Ahora hay muchas bocas que alimentar y los recursos escasean. Por toda Azäir hay guerras y miseria. Son muchas guerras. ¡Qué gran palabra! Y unos mueren para que otros tengan que vivir. Y vivirá el buen hijo, aquel que El Blanco conduce con su mano blanco por el camino justo. El que más favores ha realizado a la iglesia. El que se rodea de orapaces y visita los templos con frecuencia. El buen hijo vive. El malo muere.
Se cree que El Blanco bendice a sus hijos desde el cielo. El mayor fruto de El Blanco fue La Piedra Blanca, situada en lo que hoy es el norte del reino de Garmania. La caída del meteorito resolvió una nueva necesidad a los humanos, añadiendo más palabras a su vocabulario. Años, tiempo, edad.... El año que cayó en el meteorito se le conoce como año cero. A partir de éste, se sigue la cuenta hasta el día de hoy, año 937.
Han caído otros meteoritos en Azäir, pero ninguno del tamaño de La Piedra Blanca ni del mismo color. Las sidegelistas son una rama de sacerdotes, todas mujeres, que se dedican a la recolección y estudio de estos meteoritos.
Las sidegelistas son hijas de El Blanco, pero se niegan a hacer el voto de obediencia ya que, si la mano blanca desea guiar sus caminos, lo hará con o sin su permiso. Así se ha dicho y así se hará. Tampoco hacen voto de castidad ya que El Blanco desea aumentar su número de hijos. Ya que solo hacen el voto de estudio, solo llevan una trenza y no tres como los orapaces.
A las sidegelistas se las considera hechiceras sumamente poderosas, pues utilizan los meteoritos y los que estos hayan tocado en su caída a la tierra, como fuente.
Principales figuras Mitológicas
El Blanco no está solo en su cruzada del bien, se sirve de una élite de criaturas bondadosas que dan asilo a los buenos hombres.
Eloharis: espíritus sagrados que surgen de los sacrificios humanos. Los eloharis son espíritus protectores atados al hombre que realiza el sacrificio.
Seravon: son entes en pena que resguardan los conflictos donde las fuerzas de el mal han ganado.
Cheruba: ángeles femeninos de carácter bélico. Forman parte de la corte de El Blanco. Tienen rostros blancos y largas melenas doradas.
Elysindra: lideresa de las cheruba. Mientras que las cheruba se encuentra en el cielo, junto con El Blanco, Elysindra pertenece a la tierra. Hay una facción de la iglesia que afirma que Elysindra es la primera hija de El Blanco, en otras palabras, que la primera hija no era humana.
También existen figuras obradoras del mal, entes cuya voz es confundida por los hombres buenos como la voz de El Blanco. La palabra común para estos son demonios. Los demonios poseen una figura deforme que representa las ambiciones de los hombres.
Pestifuego: son demonios menores con poderes fatuos.
Pestimordaz: son demonios menores con poderes pestilentes.
Malacrux: son entes viles con un sentido del humor retorcido. Inciten a los hombres a cometer asesinatos en nombre de El Blanco, deformando el sagrado dogma de fe.
Maldisomte: estos entes que potencian el amor de los hombres convirtiéndolo en obsesión y despojándolo de El Blanco.
Los demonios también tienen a su propios reyes.
Azmodea, La Negra. Es la contraparte de El Blanco. Su voz resuena con mayor intensidad en nuestros días. Su cuerpo es una amalgama de confeccionada por los cuerpos que los condenados. Representa el egoísmo, el malhacer. La pieza que al volcarla genera una cadena de infortunios.
Venenatrix, La Muerte Lenta. Es la reina de las pestimordaz. Es el veneno y la muerte, el paso del tiempo que nos lleva a todos al cementerio.
Anarquiel, El Silencio Desconocido. Es la voz que no suena, la orden que no se ha dado. Aquello que confunde a los hombres sin objetivo. Las decisiones que no tienen lugar.
Hay un cuarto rey, uno que hasta hace poco se le consideraba un demonio menor, un pestifuego, y que ha ido ascendiendo con el tiempo.
Astrociel, El Cielo en Llamas. Es el más joven de los reyes demonios. Posee la capacidad de ascender al cielo y sentarse al lado de El Blanco. Desde ahí hace caer meteoritos que confunden a las cherubas y provoca catástrofes naturalezas. Tiene la forma de un cielo encendido, recubierto de fuego y truenos. Representa la ira y la emoción descontrolada.
La economía de las palabras
Los humanos creen que el número de palabras que una persona puede aprender es finito. Desde el día su nacimiento están destinados a aprender un número determinado de palabras y depende de las aportaciones que su familia haya realizado a la iglesia. Pasado este número, no podrá aprender ninguna nueva palabra o, si por un milagro, logra aprenderla olvidará una palabra de su repertorio para mantener el mismo número.
Lo mismo ocurre con la capacidad de crear palabras. Un humano está destinado a crear un número finito de palabras. Entiéndase por crear palabras el poner motes, descubrir una nueva planta desconocida, dar nombre a una receta o incluso poner nombres a tus propios hijos.
Esta creencia deriva del origen de la creación según la mitología de El Blanco, en los días en los que el hijo y la hija daban nombre al mundo que dios había creado para ellos.
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